Autor Tema: Artículo: La lengua degenerada

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13 Enero, 2024, 03:46 am
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manooooh

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Hola!

Me gustaría leer su opinión sobre el siguiente artículo: La lengua degenerada

https://elgatoylacaja.com/la-lengua-degenerada

Es un poco extenso pero creo que vale la pena porque tiene varias referencias a diferentes autores. Me gustaría si saben de alguno de ellos que sus trabajos no sean de lo más confiable.

Por otra parte, he visto que varias personas hacen referencia al mismo, en una especie de "libro sagrado", oh, que todos deberíamos seguir para apoyar al lenguaje inclusivo.

Saludos

13 Enero, 2024, 08:45 am
Respuesta #1

feriva

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Hola!

Me gustaría leer su opinión sobre el siguiente artículo: La lengua degenerada

https://elgatoylacaja.com/la-lengua-degenerada

Es un poco extenso pero creo que vale la pena porque tiene varias referencias a diferentes autores. Me gustaría si saben de alguno de ellos que sus trabajos no sean de lo más confiable.

Por otra parte, he visto que varias personas hacen referencia al mismo, en una especie de "libro sagrado", oh, que todos deberíamos seguir para apoyar al lenguaje inclusivo.

Saludos

Hola, manooooh.

La lengua debe cambiar de forma natural, con el uso que la gente hace de ella, sin que nadie fuerce a las personas. Yo soy viejo y doy fe de que, por desgracia, según han ido avanzando estos últimos años, cada vez se fuerza más a la gente en cuestiones lingüísticas; no sólo respecto del lenguaje inclusivo, aunque es en lo que más (se fuerza directa o indirectamente). Y tampoco ocurre esto solamente en cuanto a la lengua, sino en más cosas. Los políticos se meten más que nunca en la vida de la gente; y no deberían estar para eso, pues una cosa es legislar y otra dictar hasta cómo tiene uno que rascarse la cabeza.

Saludos.

13 Enero, 2024, 09:28 am
Respuesta #2

ani_pascual

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La lengua debe cambiar de forma natural, con el uso que la gente hace de ella, sin que nadie fuerce a las personas. Yo soy viejo y doy fe de que, por desgracia, según han ido avanzando estos últimos años, cada vez se fuerza más a la gente en cuestiones lingüísticas; no sólo respecto del lenguaje inclusivo, aunque es en lo que más (se fuerza directa o indirectamente). Y tampoco ocurre esto solamente en cuanto a la lengua, sino en más cosas. Los políticos se meten más que nunca en la vida de la gente; y no deberían estar para eso, pues una cosa es legislar y otra dictar hasta cómo tiene uno que rascarse la cabeza.
Hola, feriva:
Estoy en esto totalmente de acuerdo contigo; tan solo una apreciación, que probablemente no compartas; en mi opinión y en general, los políticos son solo "correveidiles" (como diría Cantinflas), es decir, marionetas y herramientas de otros individuos "poderosos" que, en la sombra, son quienes, en realidad, se meten en la vida de la gente y la manipulan, adoctrinan y condicionan mediante auténtica ingeniería social.
Saludos

13 Enero, 2024, 11:05 am
Respuesta #3

DaniM

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(...) los políticos son solo "correveidiles" (como diría Cantinflas), es decir, marionetas y herramientas de otros individuos "poderosos" que, en la sombra, son quienes, en realidad, se meten en la vida de la gente y la manipulan, adoctrinan y condicionan mediante auténtica ingeniería social.

¿Estás pensando en los Illuminati o en particulares con nombres y apellidos (¿quiénes?)?

En cualquier caso no creo que el illuminati de turno que le haya dado su lista de mandados a Pedro Sánchez esté a salvo de sus mentiras.  >:D

13 Enero, 2024, 11:29 am
Respuesta #4

feriva

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La lengua debe cambiar de forma natural, con el uso que la gente hace de ella, sin que nadie fuerce a las personas. Yo soy viejo y doy fe de que, por desgracia, según han ido avanzando estos últimos años, cada vez se fuerza más a la gente en cuestiones lingüísticas; no sólo respecto del lenguaje inclusivo, aunque es en lo que más (se fuerza directa o indirectamente). Y tampoco ocurre esto solamente en cuanto a la lengua, sino en más cosas. Los políticos se meten más que nunca en la vida de la gente; y no deberían estar para eso, pues una cosa es legislar y otra dictar hasta cómo tiene uno que rascarse la cabeza.
Hola, feriva:
Estoy en esto totalmente de acuerdo contigo; tan solo una apreciación, que probablemente no compartas; en mi opinión y en general, los políticos son solo "correveidiles" (como diría Cantinflas), es decir, marionetas y herramientas de otros individuos "poderosos" que, en la sombra, son quienes, en realidad, se meten en la vida de la gente y la manipulan, adoctrinan y condicionan mediante auténtica ingeniería social.
Saludos

¡Omsss, pero qué dices!

También totalmente de acuerdo :)

Digo "¡Ommms!", como podría haber dicho "¡FMISSS!" o alguna otra cosa.

Al hilo de la foto susceptible de ser censurada


Saludos

13 Enero, 2024, 11:37 am
Respuesta #5

feriva

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(...) los políticos son solo "correveidiles" (como diría Cantinflas), es decir, marionetas y herramientas de otros individuos "poderosos" que, en la sombra, son quienes, en realidad, se meten en la vida de la gente y la manipulan, adoctrinan y condicionan mediante auténtica ingeniería social.



En cualquier caso no creo que el illuminati de turno que le haya dado su lista de mandados a Pedro Sánchez esté a salvo de sus mentiras.  >:D

Sí, pero además de eso.

Saludos.

13 Enero, 2024, 12:41 pm
Respuesta #6

Fernando Revilla

  • "Há tantos burros mandando em homens de inteligência, que, às vezes, fico pensando que a burrice é uma ciência." -Antonio Aleixo.
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   Desearía que Don Antonio de Nebrija dijera unas palabras. Por ejemplo, como:

Cita de: DANIEL CHISTY en la página de marres
Qué pene me dan aquelles que nunca podrá hacer crucigrames.

13 Enero, 2024, 05:35 pm
Respuesta #7

Fernando Revilla

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13 Enero, 2024, 05:43 pm
Respuesta #8

ani_pascual

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¡Omsss, pero qué dices!

También totalmente de acuerdo :)

Digo "¡Ommms!", como podría haber dicho "¡FMISSS!" o alguna otra cosa.

... FEMMM, ...
  ;)
Saludos 🖐🏻

13 Enero, 2024, 11:45 pm
Respuesta #9

Carlos Ivorra

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Ah, ¿cómo? ¿Nuestros jóvenes no son como los peces descuidados y rebeldes? ¿No van por la vida con una promiscuidad lingüística escandalosa, escribiendo ke, komo, xq o todes? Sí, muchos sí. Los lectores se preguntarán cómo puede ser que permitamos semejante atropello.

No hay ningún atropello. Siempre ha habido jergas, jerigonzas, lenguajes asociados a determinados grupos sociales, y de esas jergas, ocasionalmente, alguna palabra o expresión especialmente significativa pasa al lenguaje común, y eso mismo sucede ahora con el lenguaje de los jóvenes.

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Resulta que la lengua no es una foto, es una película en movimiento. Y la Real Academia Española no dirige la película, sólo la filma. A eso llamamos ‘gramática descriptiva’, que es el trabajo de delimitar un objeto de estudio (en este caso lingüístico) y dar cuenta de cómo ocurre más allá de las normas. Por eso, cuando un uso se aleja de lo que indican los manuales de la escuela, si es llevado a cabo por suficiente cantidad de personas y se hace lugar en determinados espacios, la RAE acaba incorporándolo al diccionario. Ese es su trabajo descriptivo. Luego informa al público y ahí todos horrorizados ponemos el grito en el cielo porque cómo van a admitir ‘la calor’ si es obvio, requete obvio, que el calor es masculino. Es EL calor.

Sí, la lengua evoluciona, y, efectivamente, la RAE incorpora los cambios espontáneos que se van consolidando, como no podía ser de otro modo. Primero pinta a los académicos como unos "señores enfurruñados", pero luego admite que, cuando hay una modificación que reconocer, la reconocen. Pero nada de esto tiene nada que ver con el lenguaje inclusivo. El lenguaje inclusivo no tiene nada que ver con la evolución natural del lenguaje. Es más bien una jerigonza que aspira a pasar en bloque a la lengua usual, y que además no es espontánea, sino una forma de ultracorrección artificial fruto de la necedad y el puritanismo que cada vez son más habituales hoy en día.

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Lo importante en este punto es comprender que el castellano no puede ser atacado, o que en todo caso sabe defenderse solo (se dobla y se adapta como el junco, pequeño saltamontes) porque está en permanente movimiento. Cada generación cree que la lengua de sus padres es pura y prístina mientras que la de sus hijos es una versión degenerada de aquella. Pero antes de hablar castellano rioplatense hablábamos otra variante del castellano moderno. Y antes de eso, hablábamos el castellano de Cervantes, y antes de eso las lenguas romances que fermentaron con la disolución del Imperio Romano, y antes de eso latín vulgar y antes del latín vulgar pululaban las lenguas indoeuropeas y antes de eso vaya uno a saber qué. Lo único que podemos saber a ciencia cierta es que la versión más pura, prístina y primigenia de cualquier lengua son unos gruñidos apenas articulados en el fondo de una caverna.

El lenguaje no necesitaría a nadie que lo defendiera del lenguaje inclusivo si no fuera por que los inclusivistas juegan sucio. No conozco a nadie “normal” que use lenguaje inclusivo excepto los que se ven obligados a hacerlo por imposición laboral. No digo con ello que no haya gente “normal” que use lenguaje inclusivo, pero son como los terraplanistas, los creacionistas, los clientes de videntes y adivinos... gente “normal” que forma sectas normales, irrelevantes, que pueden tener más o menos seguidores, pero sin dejar de ser irrelevantes (y tampoco conozco personalmente a ninguno, aunque en una ocasión discutí por correo electrónico con un creacionista de carne y hueso). El problema es la excepción: es fácil leer textos en lenguaje inclusivo escritos por personas en plenas facultades mentales que jamás harían esas memeces si no fuera porque forman parte de sus obligaciones laborales. La probabilidad de que la maestra de los hijos de un amigo mío, que escribe cosas como “las personas progenitoras” en lugar de los padres, sea realmente inclusivista no es más alta que la de que sea terraplanista o creacionista, pero si escribe “las personas progenitoras” no es necesariamente porque lo juzgue sensato, sino porque tiene instrucciones de usar esa jerigonza y no quiere probar a ver qué pasa si las cuestiona.

El problema no son la gente “normal” que considera razonable decir les niñes, como otros consideran razonable consultar a un adivino si encontrará trabajo antes de fin de mes. El problema son los neofascistas que tienen el poder necesario para imponer esa jerigonza (bueno, esa tan patética no han llegado a imponerla, pero lo de “personas progenitoras” o “todos y todas”, etc., sí) a miles de personas que no quieren emplear ese lenguaje, pero temen las consecuencias de no hacerlo.

Por otro lado, insisto en que el lenguaje inclusivo no es el fruto de ninguna evolución espontánea de una lengua que haya que aceptar como algo natural. Es una jerigonza creada artificialmente que ha recibido un cierto impulso debido a que se ha convertido en signo identificativo de una cierta ideología. La pretensión de equipararlo a cualquiera de los cambios que experimenta de forma natural una lengua es falaz. Pretender que el rechazo del lenguaje inclusivo sea oponerse a la evolución natural de la lengua es falaz.

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Sirva como ejemplo la siguiente curiosidad: los españoles que llegaron a América durante la Conquista todavía utilizaban el voseo en sus dos vertientes: como forma reverencial y de confianza. Decían “Vuestra Majestad” o decían, por ejemplo, “¿Desto vos mesmo quiero que seáis el testigo, pues mi pura verdad os hace a vos ser falso y mentiroso?” (porque aguante citar el Quijote). Ese ‘vos’ arraigó en América, en parte a través de la literatura y en parte porque los españoles lo usaban reverencialmente entre ellos como modo de diferenciarse de los nativos. El tiempo pasó y hoy millones de personas lo usamos sin ningún tipo de reverencia ni distinción de clase, sin embargo, el voseo comenzó a desprestigiarse en el siglo XVI en la mismísma España, donde el castellano se decantó por el ‘tú’ sin que a nadie se espantara por eso. Lo cual demuestra que la lengua está en permanente cambio, pero ocurre tan lentamente que nos genera la sensación de permanecer detenida. Indignarse por ello sería como si los pececitos de la historia de Foster Wallace se indignasen porque el agua, que hasta recién ni sabían que existía, los está mojando.

Efectivamente, indignarse por ello sería absurdo, como lo sería despreciar el voseo que sigue vigente en Argentina. Estamos ante variantes naturales de la lengua en zonas geográficas distintas, todas las cuales son lógicas y coherentes.

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Ahora bien, si llegado este punto los lectores de esta nota han aceptado las nociones básicas sobre el funcionamiento de la mismísima lengua que están leyendo, es momento de confesar que ha sido todo parte de una estratagema introductoria. Es hora de cruzar al otro lado del espejo y hablar de un tema un poco más controversial: el lenguaje inclusivo.

Sí, todo lo anterior lo aceptará cualquier hablante con una conciencia mínimamente seria de lo que es la lengua, pero nada de lo anterior se aplica al lenguaje inclusivo. Hablar de “estratagema introductoria” resulta muy pretencioso, pues sugiere que los autores tienen ciertas dotes argumentativas que brillan por su ausencia.

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Bienvenides a la verdadera nota, estimades lecteres.

 ::)

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Una de las capacidades más poderosas de cualquier lengua es la capacidad de nombrar. Poner nombres, categorizar, implica ordenar y dividir. Y desde que nacemos (incluso antes), las personas somos divididas en varones y mujeres. Nos nombran en femenino o masculino, se refieren a nosotres utilizando todos los adjetivos en un determinado género. Muchísimo antes de que nuestro cuerpo tenga cualquier tipo de posibilidad de asumir un rol reproductivo, aprendemos que es diferente ser varón o mujer, y nos identificamos con los unos o las otras. Los nenes no lloran, las nenas no juegan a lo bestia ensuciándose todas. Para cuando podemos responder ‘qué queremos ser cuando seamos grandes’, nuestras preferencias, auto proyecciones y deseos ya tienen una enorme carga de los esquemas simbólicos que nos rodean.

Eso es mezclar dos cosas distintas. Es verdad que la sociedad inculca patrones sexistas en los niños, pero eso no tiene nada que ver con que el lenguaje tenga morfemas para indicar cuándo una palabra se aplica a mujeres. En todo caso, el hecho de que el lenguaje señale a las mujeres a nivel gramatical y no meramente léxico indica que, cuando se gestó la gramática de las lenguas más antiguas, ser mujer era un hecho altamente significativo. Y eso es un hecho independiente de si está bien o mal que los anuncios de juguetes digan que las muñecas son para niñas y los coches para niños.

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A esa inmensa construcción social, que se erige sobre la manera en que la sociedad da importancia a ciertos rasgos biológicos (en este caso relacionados con los órganos sexuales y reproductivos), es a lo que refiere el concepto de ‘género’. Lo que los estudios sobre el tema han teorizado y documentado es que la división de géneros no es una división neutral, sin jerarquías: por el contrario, las diferentes características y los diferentes mandatos que se atribuyen a una persona según su género devienen, a su vez, en desigualdades que giran, spoiler alert, en torno a una predominancia de los individuos masculinos.

Si hablamos de la importancia que da la sociedad al sexo de los individuos, eso es una cuestión sociológica sobre lo que se podría decir mucho, pero nada relevante en cuanto al lenguaje.

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Haber identificado que esas desigualdades tienen su correlato en el modo en el que hablamos es lo que motivó, unas cuantas décadas atrás, que se plantee desde el feminismo y desde algunos ámbitos académicos y oficiales la importancia de revisar el uso del lenguaje sexista. ¿Qué es el lenguaje sexista? Es nombrar ciertos roles y trabajos sólo en masculino; referirse a la persona genérica como ‘el hombre’ o identificar lo ‘masculino’ con la humanidad; usar las formas masculinas para referirse a ellos pero también para referirse a todes, dejando las formas femeninas sólo para ellas; nombrar a las mujeres (cuando se las nombra) siempre en segundo lugar.

Aquí ya empezamos a desvariar. ¿Qué profesiones y trabajos se nombran sólo en masculino? Porque si una mujer dice que es médico, yo soy el primero que le diría que no, que ella es médica, mientras que si una mujer me dice que es jueza, yo le diría que es juez. Y eso no tiene nada que ver con si la profesión médica es más o menos importante, o más o menos propia de varones, que la de juez. Tiene que ver exclusivamente con que "médico" es como "rojo", que hace su femenino en -a, mientras que “juez” es tan masculino como “nuez”. Si hablamos de importancia, ser magistrado es más que ser juez, y una mujer no será nunca magistrado, sino magistrada. ¿Sucede entonces que la sociedad patriarcal se resiste a aceptar que una mujer pueda ser juez, pero no tiene inconveniente en que vaya más allá y llegue a magistrada? ¡Qué sociedad patriarcal más incoherente!

Por otro lado, la creencia de que formas como "juez" o "magistrado" son masculinas es uno de los muchos errores que perpetúa el lenguaje. Igual que, para el lenguaje, un armario es un sitio para guardar armas, un mechero lleva mecha, considerar algo es consultarlo con las estrellas, etc., las formas "rojo", "magistrado", etc. se llaman "masculinas", aunque tienen tanto de masculino como de astrólogos los que consideran una posibilidad.

Aunque se llame "género masculino", igual que se llama armarios a los armarios, no existe ningún género asociado a los varones. Eso se pone de manifiesto, por ejemplo, cuando consideramos compuestos como al hablar de "la situación politicoeconómica". Si "situación" es una palabra femenina, ¿por qué no decimos "politicaeconómica"? Sencillamente, porque la lengua sólo flexiona el final de las palabras. Las primeras componentes de las palabras compuestas se quedan sin flexión, como en "dos cuentagotas" y no "dos cuentangotas". Y vemos así que "político" es la forma sin flexión del adjetivo que admite las formas flexionadas "políticos" (plural), "política" (femenino), "políticas" (femenino plural).

Así, si hablamos de "los políticos", la gramática sólo apunta que estamos hablando en plural. Del género no dice nada. Si queremos indicar que hablamos de políticos varones, habrá que decirlo así, mientras que para hablar de políticos hembras la gramática nos da la forma "políticas".

En cuanto a "el hombre", en latín homo (o el acusativo hominem, del que deriva "hombre") se usaba para los seres humanos de ambos sexos. Para referirse a varones los romanos usaban específicamente uir (de donde viene "viril"), mientras que para referirse a mujeres usaban mulier o femina. Por lo tanto, no tiene nada de extraño que "el hombre" haga referencia al homo sapiens, no exclusivamente a los uiri sapientes.

Lo de identificar "lo masculino" con la humanidad ni siquiera sé a qué se refiere. Suena conspiranoico.

Lo de nombrar a las mujeres siempre en segundo lugar no es verdad: "Señoras y señores", "damas y caballeros", son expresiones hechas. Si hablamos de "niños y niñas", es una forma enfática que, en un uso racional de la lengua, es tan pocas veces necesario que no pasa de anecdótico.

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Las indeseables consecuencias de esta desigualdad lingüística se traducen en lo que el sociólogo Pierre Bourdieu define como ‘violencia simbólica’, y esto nos sirve para comprender uno de los mecanismos que perpetúan la relación de dominación masculina.

La violencia simbólica tiene que ver con que nos pensemos a nosotres mismes, al mundo y nuestra relación con él, con categorías de pensamiento que, de algún modo, nos son impuestas, y que coinciden con las categorías desde las que le dominader define y enuncia la realidad. Se produce a través de los caminos simbólicos de la comunicación y del conocimiento, y consigue que la dominación sea naturalizada. Su poder reside precisamente en que es ‘invisible’. De nuevo, como el agua, se vuelve parte de la realidad y ni nos damos cuenta que está ahí.

Pero la violencia simbólica de la que habla Bourdieu no constituye, como a veces se malinterpreta, una dimensión opuesta a la violencia física, ‘real’ y efectiva. Es, en realidad, un componente fundamental para la reproducción de un sistema de dominio donde les dominades no disponen de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparten con les dominaderes, tanto para percibir la dominación como para imaginarse a sí mismes. O, mejor dicho, para imaginar la relación que tienen con les dominaderes.

Revertir esto requiere algo así como una ‘subversión simbólica’, que invierta las categorías de percepción y de apreciación de modo tal que les dominades, en lugar de seguir empleando las categorías de les dominaderes, propongan nuevas categorías de percepción y de apreciación para nombrar y clasificar la realidad. Es decir, proponer una nueva representación de la realidad en la cual existir.

Antes de comentar algo sobre esta sarta de memeces, una observación marginal: creo que nunca he visto un texto escrito en jerigonza inclusiva cuyo autor no demuestre, o bien su ignorancia en las cuestiones lingüísticas sobre las que trata de hilar fino, o bien la incapacidad de usar su propia jerigonza de forma natural. En este caso más bien parece lo primero. ¿Por qué "dominaderes"? Aquí tenemos un ejemplo de la necedad que supone ver formas masculinas allí donde asoma una "o". En lenguaje civilizado, tenemos "dominador" y "dominadora". ¿Acaso los autores de este engendro creen que el femenino civilizado de "dominador" es "dominadara", por lo que, para conjurarlo, tiene que poner dos es y escribir "dominaderes"? ¿Es que creen que hay dominadores varones, dominadaras hembras y "dominadores" hermafroditas? ¿Y por qué no deminederes? ¿Los autores proponen eterrinelaringuélegues?

Por lo demás: la retórica del texto está clara: parece que va a hacer un análisis meticuloso de la influencia del lenguaje en el pensamiento, pero, de repente, suelta sin más justificación toda una teoría conspiranoica sobre cómo el lenguaje es la herramienta clave de la conspiración mundial para oprimir a las mujeres. Me recuerda a Hitler cuando advierte a la humanidad de la conspiración del sionismo mundial, que había creado el comunismo para conquistar el mundo.

Sobre la situación de las mujeres en el mundo se podría hablar mucho, pero, si la gramática tuviera que tener alguna relación con ello, a lo sumo sería con la situación de las mujeres en el mundo cuando se gestó la gramática indoeuropea, hace miles y miles de años, nada que ver con la situación actual. La humanidad ha cambiado mucho desde entonces y la gramática apenas ha sufrido cambios y, los que ha sufrido son puramente técnicos, sin ningún significado político o social. Otra cosa es la evolución en los tratos de cortesía (como el uso de tú, vos, usted, etc.), pero... bueno, no voy a extenderme aquí en esto. Cualquier asociación entre las humildes reglas gramaticales y la situación de la mujer en el mundo es un mero delirio sin fundamento, y exponer la parrafada anterior como si habláramos de una profunda teoría sólidamente establecida no es nada diferente de las estrategias con las que un astrólogo defenderá la astrología o un comunista el comunismo o un homeópata la homeopatía.

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Pero la sociología no está sola en esto: desde el palo de la lingüística, en los años ‘50 vio la luz una teoría que proponía que la lengua ‘determinaba’ nuestra manera de entender y construir el mundo o, por lo menor, modelaba nuestros pensamientos y acciones. Era la famosa teoría Sapir-Whorf.

Durante mucho tiempo, la idea de que la lengua que hablamos podía moldear el pensamiento fue considerada en el mejor de los casos incomprobable y, con más frecuencia, sencillamente incorrecta. Pero lo cierto es que la discusión se mantenía principalmente en el plano de la reflexión abstracta y teórica. Con la llegada de nuestro siglo resurgieron las investigaciones acerca de la relatividad lingüística y, de la mano, comenzamos a disponer de evidencias acerca de los efectos de la lengua en el pensamiento. Diferentes investigaciones recolectaron datos alrededor del mundo y encontraron que las personas que hablan diferentes lenguas también piensan de diferente manera, y que incluso las cuestiones gramaticales pueden afectar profundamente cómo vemos el mundo.

¿Profundamente? Me recuerda la foto ésa que enseñó la CIA en la que no se veía nada, pero que probaba fuera de toda duda razonable que había armas de destrucción masiva en Iraq.

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Para empezar, Daniel Cassasanto y su equipo encontraron evidencia, como resultado de 3 experimentos, de que las metáforas espaciales (las del tipo ‘la espera se hizo muy larga’) en nuestra lengua nativa pueden influenciar profundamente el modo en que representamos mentalmente el tiempo. Y que la lengua puede moldear incluso procesos mentales ‘primitivos’ como la estimación de duraciones breves.

¿Profundamente? La ciencia se esfuerza en prescindir de las impresiones subjetivas sobre el paso del tiempo para considerar mediciones objetivas, y ahora resulta que si a mí se me hace largo o corto el tiempo que paso esperando al autobús es consecuencia de la lengua que hablo y, si así fuera, ¿eso qué importa? Lo que importa es si llegará su hora o, en su defecto, cuántos minutos se retrasará, no si la espera me ha parecido larga o corta.

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Y no fueron les úniques, otros equipos, como este, este, este, este y este, encontraron que la lengua con la que hablamos tiene mucho que ver con la forma en que pensamos en el espacio, el tiempo y el movimiento. Por otro lado, un estudio de Jonathan Winawer y su equipo aporta que las diferencias lingüísticas también provocan diferencias al momento de distinguir colores: es más fácil para une hablante distinguir un color (de otro) cuando existe una palabra en su idioma para nombrar ese color que cuando no existe esa palabra. Quien quiera celeste, que lo pronuncie.

Sí, obviamente, si existen palabras para distinguir dos tonalidades, uno las distinguirá más fácilmente y advertirá la diferencia que si ambas se engloban en la misma palabra, simplemente porque se ha entrenado para usar una u otra cuando convenga. ¿Y qué?

He ojeado algunos de los artículos que cita (los "este"s) y, para lo que nos ocupa, no son más que curiosidades. Pongamos que los aborígenes australianos conciben de forma diferente el espacio y el tiempo por su forma de hablar. Bien, la cuestión es, ¿eso los hace más o menos hábiles para entender la física newtoniana o la teoría de la relatividad, o da igual? Porque si da igual (como cabe esperar, lo contrario sería decir: tú eres aborigen australiano, así que la física no está hecha para ti) entonces la diferencia es tan anecdótica como que un diestro cogerá algo que le lances con la derecha y un zurdo lo hará con la izquierda. Pasar de ahí a la conjuración patriarcal para que el lenguaje mantenga a las mujeres en la opresión es pasar de ver una motita de polvo en una patata a decir que es tóxica.

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O sea que el género funciona de muchas formas en castellano y no solamente como un binomio para decidir si las cosas son de nene o de nena. Pero lo que vuelve verdaderamente interesante el asunto, por muy gramátiques que queramos ponernos en el análisis, es que el género del castellano tiene siempre una carga sexuada, aunque remita a simples objetos. ¡No puede ser! ¿Puede ser?

Spoiler
Webb Phillips y Lera Boroditsky se preguntaban si la existencia de género gramatical para los objetos, presente en idiomas como el nuestro pero no en el inglés, tenía algún efecto en la percepción de esos objetos, como si realmente tuviesen un género sexuado. Para resolverlo, diseñaron algunos experimentos con hablantes de castellano y alemán, dos lenguas que atribuyen género gramatical a los objetos, pero no siempre el mismo (o sea que el nombre de algunos objetos que son femeninos en un idioma, son masculinos en el otro). Los resultados de 5 experimentos distintos mostraron que las diferencias gramaticales pueden producir diferencias en el pensamiento.

En uno de esos experimentos buscaron poner a prueba en qué medida el hecho de que el nombre de un objeto tuviese género femenino o masculino llevaba a les hablantes a pensar en el objeto mismo como más ‘femenino’ o ‘masculino’. Para ello les pidieron a les participantes que calificaran la similitud de ciertos objetos y animales con humanes varones y mujeres. Se eligieron siempre objetos y animales que tuvieran géneros opuestos en ambos idiomas y las pruebas fueron realizadas en inglés (un idioma con género neutro para designar objetos y animales) a fin de no sesgar el resultado. Les participantes encontraron más similitudes entre personas y objetos/animales del mismo género que entre personas y objetos/animales de género distinto en su idioma nativo.

En otro estudio de Lera Boroditsky se hizo una lista de 24 sustantivos con género inverso en castellano y alemán, que en cada idioma eran la mitad femeninos y la mitad masculinos. Se les mostraron los sustantivos, escritos en inglés, a hablantes natives de castellano y alemán, y se les preguntó sobre los primeros tres adjetivos que se les venían a la mente. Las descripciones resultaron estar bastante vinculadas con ideas asociadas al género. Por ejemplo, la palabra llave es masculina en alemán. Les hablantes de ese idioma describieron en promedio las llaves como duras, pesadas, metalizadas, útiles. En cambio, les hablantes de castellano las describieron como doradas, pequeñas, adorables, brillantes y diminutas. A la inversa, la palabra puente es femenina en alemán y les hablantes de ese idioma describieron los puentes como hermosos, elegantes, frágiles, bonitos, tranquilos, esbeltos. Les hablantes de castellano dijeron que eran grandes, peligrosos, fuertes, resistentes, imponentes y largos.

También los resultados de María Sera y su equipo encontraron que el género gramatical de los objetos inanimados afecta las propiedades que les hablantes asocian con esos objetos. Experimentaron con hablantes de castellano y francés, dos lenguas que, aunque usualmente coinciden en el género asignado a los sustantivos, en algunos casos no lo hacen. Por ejemplo, en las palabras tenedor, auto, cama, nube o mariposa. Se les mostró a les participantes imágenes de estos objetos y se les pidió que escogieran la voz apropiada para que cobrara vida en una película, dándoles a elegir voces masculinas y femeninas para cada uno. Los experimentos mostraban que la voz elegida coincidía con el género gramatical de la palabra con la que se designa a ese objeto en el idioma hablado por le participante.

Como si todo esto fuera poco, Edward Segel y Lera Boroditsky también señalan que puede verificarse la influencia del género gramatical en la representación de ideas abstractas analizando ejemplos de personificación en el arte, en la que se da forma humana a entidades abstractas como la Muerte, la Victoria, el Pecado o el Tiempo. Analizando cientos de obras de arte de Italia, Francia, Alemania y España, encontraron que en casi el 80% de esas personificaciones, la elección de una figura masculina o femenina puede predecirse por el género gramatical de la palabra en la lengua nativa de le artista.
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¿Y qué? Vale, si vamos a convertir a una llave en personaje animado, no tiene nada de raro que, al ser "llave" una palabra femenina, pensemos en un personaje femenino y que alguien en cuya lengua sea masculina piense en un personaje varón. Pero no es menos cierto que si en una película de animación se presentara un mundo de llaves y hubiera llaves varones y llaves hembras, a nadie le resultaría chocante, una vez admitido que las llaves puedan ser objetos animados. Por lo tanto, hay una asociación psicológica, pero que en la práctica es irrelevante. Hacer una montaña a partir de ese grano de arena es arbitrario e infundado. La cuestión es ésta:

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Hasta acá todo bien: hay una relación entre pensamiento y lengua, hay una vinculación entre género y sexo en la mente de les hablantes y hay evidencia al respecto. Pero puntualmente, ¿puede la lengua tener un efecto sobre la reproducción de estereotipos sexistas y relaciones de género androcéntricas (es decir, centradas en lo masculino)?

¿Por qué dice "androcéntricas" en lugar de "antropocéntricas"? Es lo correcto, pero no debería serlo según su conspiranoia. Si antes se quejaba de que "hombre" se use como genérico, ¿por qué acepta tácitamente que "ántropos" se use como genérico de "ser humano", y por ello recurre a la forma "andro" para especificar que hablamos de varones? Sencillamente, porque, en efecto, en griego Άνθρωπος es el equivalente a homo en latín, es genérico, mientras que ἀνήρ (o ἀνδρός, en acusativo) es el equivalente a uir en latín y se refiere sólo a varones. Primero criticamos el uso genérico de "hombre", pero luego admitimos el uso genérico de Άνθρωπος. Muy coherente.

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Bueno, sí. Por ejemplo, Danielle Gaucher y Justin Friesen se preguntaron si la lengua cumple algún rol en la perpetuación de estereotipos que reproducen la división musical del trabajo. Para responderse, analizaron el efecto del vocabulario ‘generizado’ empleado en materiales de reclutamiento laboral. Encontraron que los avisos utilizaban una fraseología masculina (incluyendo palabras asociadas con estereotipos masculinos, tales como líder, competitivo y dominante) en mayor medida cuando referían a ocupaciones tradicionalmente dominadas por hombres antes que en áreas dominadas por mujeres. A la vez, el vocabulario asociado al estereotipo de lo ‘femenino’ (como apoyo y comprensión) surgía en medidas similares de la redacción tanto de anuncios para ocupaciones dominadas por mujeres como para las dominadas por varones.

He ojeado el artículo, y diría que no tiene nada que ver con el uso del lenguaje inclusivo. Estamos hablando de anuncios de trabajo que usan palabras como "líder, competitivo, dominante" o "apoyo y comprensión". Si eso tiene algún efecto en atraer más hombres o mujeres será un asunto más o menos interesante, pero que no tiene nada que ver con la forma del lenguaje, sino con el significado de las palabras empleadas. Si una palabra como "líder" atrae más a hombres o a mujeres no tiene nada que ver con si la palabra "líder" es masculina o femenina, que de hecho es válida para los dos géneros, cosa reconocida por los autores, que la han librado de la protética "e" y no han dicho "lídere".

Eso sí, citar muchos artículos da la falsa impresión de que las tonterías que se dicen están fundadas por profundas investigaciones científicas, cuando están cogidos con pinzas.

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El equipo de Dies Verveken realizó tres experimentos con 809 estudiantes de escuela primaria (de entre 6 y 12 años) en entornos de habla de alemán y holandés. Indagaban si las percepciones de les niñes, sobre trabajos estereotípicamente masculinos, pueden verse influidas por la forma lingüística utilizada para nombrar la ocupación. En algunas aulas presentaban las profesiones en forma de pareja (es decir, con nombre femenino y masculino: ingenieros/ingenieras, biólogos/biólogas, abogados/abogadas, etc.), en otras en forma genérica masculina (ingenieros, biólogos, abogados, etc.). Las ocupaciones presentadas eran en algunos casos estereotipadamente ‘masculinas’ o ‘femeninas’ y en otros casos neutrales. Los resultados sugirieron que las ocupaciones presentadas en forma de pareja (es decir, con título femenino y masculino) incrementaban el acceso mental a la imagen de mujeres trabajadoras en esas profesiones y fortalecían el interés de las niñas en ocupaciones estereotipadamente masculinas.

Ya. ¿Y si hubieran presentado a los niños una foto con varios ingenieros en las que se vieran tantos hombres como mujeres, cuál habría sido el resultado? Si se le hubieran presentado fotos de éste que es ingeniero y de ésta que es ingeniera, ¿había influido en algo que se les nombrara colectivamente como ingenieros? Porque yo conozco a una niña bien educada de seis años que se ríe por dentro cuando lee en sus libros de texto hablar de que en una clase hay veinte niños y niñas, y ni por asomo piensa que ella esté fuera de lugar en su clase. Los niños, en esto, como en todo, pueden estar bien y mal educados. Y educar bien a un niño (o a un adulto víctima del inclusivismo) no es cambiar la forma de hablarle o instarle a hablar en una jerigonza, sino inculcarle la madurez necesaria para que entienda que es tan tonto pensar que un maestro tiene que ser varón (véase su maestra, si tiene una maestra), como pensar que la bóveda celeste es una cúpula en la que están incrustadas las estrellas. ¿Evitaremos que los niños oigan o usen la expresión "bóveda celeste", no vaya a ser que acaben preguntándose cuántos elefantes hacen falta para sostenerla y cómo es de grande la tortuga que los sostiene?

El lenguaje lleva incrustadas muchas falsas creencias del pasado, pero eso no importa, porque se compensa con la madurez necesaria para saber que son expresiones desfasadas. ¿Alguien cree que todo el que se despide diciendo "adiós" cree que existe un dios? ¿Alguien cree que quien se va de vacaciones a tal sitio en Semana Santa cree necesariamente que esa semana tenga algo de santa? Sin embargo, eso es lo que sugieren esas expresiones mucho más "violentamente", ya que a los autores les cae bien el término "violencia simbólica", de lo que el uso de un falso masculino sugiere que una palabra hace referencia necesariamente a un varón.

En resumen, todos los “estudios científicos” que presentan los autores en defensa de sus delirios configuran un argumento que, desde un punto de vista lógico, es idéntico a éste:

Es un hecho que el movimiento de la Tierra alrededor del Sol no es el que sería si no estuvieran los demás planetas del sistema solar. Sin ellos, la Tierra describiría una elipse inmutable, mientras que la presencia de los demás planetas induce una precesión del perihelio que vuelve la trayectoria en una figura de spirograph. Similarmente, el eje de rotación de la Tierra experimenta un movimiento de precesión y otro de nutación por influencia del Sol y la Luna.

Así, los autores podrían haber reunido muchos artículos matemáticos que demuestran la influencia del Sol y los planetas sobre la Tierra, y otros tantos artículos con la comprobación experimental de este hecho. Y la consecuencia irrefutable a la que podrían llegar estas lumbreras siguiendo la misma lógica absurda de su artículo es que, puesto que está científicamente demostrado que el Sol y los planetas influyen en la Tierra, la astrología es una ciencia hecha y derecha, ya que no hace sino estudiar con detalle esta influencia científicamente demostrada.

Vamos, que del hecho obvio de que hay una estrecha relación entre lenguaje y pensamiento, pasan a la ofensa a la humanidad sensata de que el pensamiento está condicionado por el lenguaje, no en los aspectos marginales que exhiben los artículos citados, sobre colores, o la percepción espacio-temporal, etc., sino hasta el punto de que si hablas la lengua que hablas no tienes más remedio que pensar como piensas. Cuando me puedan citar un artículo que muestre que un aborigen australiano no puede entender la física newtoniana o la teoría de la relatividad porque su idioma condiciona su forma de concebir el espacio y el tiempo, entonces me tomaré en serio que alguien pueda infravalorar a las mujeres porque su lengua le permita usar “juez” para referirse a jueces de cualquier sexo. Mientras tanto, la base científica de las teorías peregrinas de los autores de ese artículo no puede competir con otras argumentaciones “científicas” que he visto, como de creacionistas que apelan a tales y cuales artículos científicos para negar la evolución de las especies.

Pero lo más extraordinario es que los propios autores presentan evidencias científicas que desmontan su propia conspiranoia:

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Muy interesante
Un aporte interesante en esa línea es el trabajo de Mo’ámmer Al-Muhayir, que compara el árabe clásico, islandés y japonés, y muestra que el sexismo de la lengua no parece correlacionar con la inequidad de género. El árabe clásico utiliza el género femenino para los sustantivos en plural, sin importar el género de ese mismo sustantivo en singular. Y sin embargo, se trata de una de las lenguas más conservadoras del planeta, y en más de una de las sociedades en las que se habla (como Arabia Saudí o Marruecos), difícilmente podamos decir que hay igualdad de derechos entre hombres y mujeres. El islandés, por otra parte, es uno de los idiomas que menos cambios han sufrido a lo largo de los siglos, manteniéndose casi intacto debido a políticas de lenguaje sumamente conservadoras (no adquieren términos extranjeros sin antes traducirlos de alguna manera con raíces de palabras islandesas), y corresponde a una de las sociedades más avanzadas en cuanto al lugar que ocupa la mujer. Y el japonés directamente no tiene género gramatical, pero esta maravilla de la gramática inclusiva tiene lugar en el seno de una de las sociedades más estereotípicamente machistas que conocemos.

Sin embargo, la investigación empírica aporta indicios de que los sustantivos ‘neutrales’ y los pronombres de lenguas sin división gramatical genérica pueden tener de todas formas un sesgo masculino encubierto. Así, aunque eviten el problema de una terminología masculina genérica, incluso los términos neutrales pueden transmitir un sesgo masculino. Esto supone, además, la desventaja de que ese sesgo no podría ser contrarrestado añadiendo deliberadamente pronombres femeninos o terminaciones femeninas, porque en esas lenguas esa forma simplemente no existe. Se dificultan entonces las iniciativas de ‘subversión simbólica’ de las que habla Bourdieu. Eso concluye, por ejemplo, el trabajo de Mila Engelberg a partir del análisis del finlandés, una lengua que incluye términos aparentemente neutros en cuanto al género pero que, en los hechos, connotan un sesgo masculino. Y al no poseer género gramatical, no existe la posibilidad de emplear pronombres o sustantivos femeninos para enfatizar la presencia de mujeres. La autora señala que esto podría implicar que el androcentrismo en lenguas sin género puede incluso aumentar la invisibilidad léxica, semántica y conceptual de las mujeres. Algo muy similar encuentra Friederike Braun en su estudio con la lengua turca, cuya falta de género gramatical no evita que les hablantes de turco comuniquen mensajes con sesgos de género.
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En resumen, que los sesgos que se pretende combatir siguen ahí aunque la lengua no los refleje, para desesperación de los conspiranoicos que se quedan sin la pataleta de usar la lengua como vehículo propagandístico de su secta.

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Por muchas guías que se hayan publicado para el uso no sexista del lenguaje, al menos cuando se trata de la lengua castellana, la cuestión no está en absoluto resuelta. Desde lingüistas hasta ciudadanes de a pie, las resistencias son diversas. Que si duele en los ojos, si entorpece el habla, si es ‘correcto’, si conduce a abandonar la lectura del texto y el infaltable ‘es irrelevante’. Que la verdadera lucha debería centrarse en transformar ‘el mundo real’. Que la lengua sólo refleja relaciones que son ‘extralingüísticas’. Que modificar la lengua ‘por la fuerza’ sólo es una cuestión de ‘corrección política’ que desvía la atención del problema central y hasta lo enmascara. Pero les lecteres que hayan llegado a este punto habrán atravesado media nota escrita de forma tradicional y media nota escrita con lenguaje inclusivo, de modo que además de toda la evidencia expuesta sobre la relación entre lengua y pensamiento, podrán evaluar también cuán traumática ha sido (o no) la experiencia, y preguntarse dónde ancla verdaderamente el origen de esa resistencia, de esa desesperación por preservar intacta la lengua.

Nadie habla de preservar intacta la lengua. La lengua evoluciona. Pero una cosa es que evolucione y otra cosa que unos lunáticos dirijan su evolución basándose en los presuntos estudios citados en este artículo, de los cuales, unos son anecdóticos para el tema en cuestión, otros no tienen nada que ver y otros lo contradicen abiertamente.

Son muchas las razones para descartar la ocurrencia del lenguaje inclusiva, empezando por su falta de razón de ser: los problemas que pueda tener la mujer en una u otra sociedad no dependen para nada de la gramática de sus hablantes. Pasar de unas relaciones anecdóticas entre lenguaje y pensamiento a convertir al lenguaje en culpable de algo es simplemente una memez. Del mismo modo que los autores destacan que la lengua evoluciona, deberían destacar también que la lengua fosiliza arquetipos desfasados, religiosos, científicos, culturales, etc. que son inofensivos porque los hablantes tienen la madurez necesaria para no interpretarlos literalmente. Y si en algún aspecto falta esa madurez, el objetivo es hacer que no falte, no modificar el lenguaje.

¿Quién tiene necesidad de que yo diga "mis alumnes" en lugar de mis alumnos? ¿Se supone que he de decirlo porque, si no, estoy dejando traslucir un rasgo machista de mi subconsciente? Eso es poco menos que ofensivo. Después de varias décadas habiendo estado como alumno y como profesor en infinidad de aulas con varones y mujeres repartidos por igual, ¿alguien puede creer que, consciente o inconscientemente, podría pensar que mis alumnos son todos varones? Es como si le preguntas a un pescador si no creerá por casualidad que los peces tienen plumas.

¿O debo decir "mis alumnes" para que quien me oiga no se vaya a quedar con la idea de que mis alumnos son todos varones? Si alguien cree que en una clase universitaria española (otra cosa sería en Irán) sólo hay alumnos varones o que casi todos son varones, lo que necesita no es que le digan "mis alumnes", sino que se mentalice de que una mujer puede estudiar en una universidad exactamente igual que un hombre, y si no lo tiene claro, pues es que tiene un problema con el machismo que deberá resolver por su cuenta, no esperando a que yo le diga "mis alumnes". Y si hay titulaciones universitarias en las que hay pocas mujeres y muchos hombres, o viceversa, pues habrá que analizar por qué y obrar en consecuencia, pero eso no tiene nada que ver con que uno diga alumnos o alumnes. Y pretender lo contrario es puro dogmatismo. Todos los estudios científicos aportados por los autores distan mucho de aportar nada a esta cuestión. Más bien los últimos la desmienten por completo.

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Mientras tanto, la disputa por el lenguaje continúa. Y de todas las formas que puede tomar este problema, acaso la más emblemática sea el uso de falsos genéricos, es decir, términos exclusivamente masculinos o femeninos, utilizados genéricamente para representar tanto a hombres como a mujeres, como cuando decimos ‘los científicos’: técnicamente podríamos estar refiriéndonos a científiques (varones, mujeres, etc.), aunque también diríamos ‘los científicos’ si quisiéramos referirnos sólo a los que son varones. En cambio, sólo usaríamos ‘las científicas’ para hablar de las que son mujeres.

Lo de "falsos" es una petición de principio. De falsos nada. Y nadie que sepa hablar diría "los científicos" para referirse sólo a los varones si no es en correlación con una referencia a "las científicas" justo antes o después. Si decimos "los científicos" sin más contexto, sólo un machista entendería que sólo hablamos de varones. Sólo los machistas que no entienden que hay mujeres científicas igual que hay hombres científicos pueden necesitar el lenguaje inclusivo. Si alguien no es machista (ni un niño a medio educar), oye "los científicos" y entiende que pueden ser de cualquier sexo, de modo que si queremos hacer referencia a científicos varones habrá que especificarlo así.

El lenguaje inclusivo es machista. Sólo lo necesitan los machistas que no entienden que las mujeres pueden ser científicas, abogadas, jueces y todo lo que quieran ser, menos tenores, barítonas y pocas cosas más.

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Marlis Hellinger y Hadumod Bußmann explican que la mayoría de los falsos genéricos son masculinos y que los únicos idiomas conocidos en los que el genérico es femenino están en algunas lenguas iroquesas (Seneca y Oneida), así como algunas lenguas aborígenes australianas. En castellano, incluso los sustantivos comunes en cuanto al género, como ‘artista’ o ‘turista’, que se mantienen invariables sin importar si se refieren a un varón o una mujer, acaban señalando el género de lo que nombran a partir de las otras palabras que los complementan (adjetivos, artículos, etc.). Entonces, de nuevo, para referirnos a grupos mixtos, recurrimos al género que los nombra sólo a ellos. Tal vez los únicos genéricos genuinos que tenemos sean los llamados sustantivos epicenos como, por ejemplo, ‘persona’ o ‘individuo’, que no sólo van a mantenerse invariables (no hay ni persono ni individua) sino que ni siquiera tienen la posibilidad de marcar el género en el adjetivo (porque aunque una persona sea varón, nunca será ‘persona cuidadoso’, ni la mujer será ‘individuo cuidadosa’).

Esto es gramática ingenua, como las integrales del del hilo de las esferas son integrales ingenuas. No encaja ni con la historia de la gramática ni con la forma en que concibe la gramática un hablante sin sesgos machistas. En el fondo, todo esto no es más que un deje machista de los autores que, ingenuamente, creen que pueden combatirlo con el lenguaje inclusivo, cuando lo que necesitarían es concienciarse de que las mujeres están o pueden estar en todos los sitios donde ellos no las ven si no las "visibilizan" con su jerigonza.

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Pero un poco como lo que comentábamos arriba, un genérico con sesgo machista puede suponer un problema incluso más difícil de visibilizar y ‘subvertir’. Un hit argentino en este sentido es el debate por la palabra presidente:

Una nota de Patricia Kolesnikov recupera un breve diálogo en una mesa, en la cual un señor explicaba por qué está mal decir presidenta. Las razones gramaticales del señor eran inapelables: “Presidente es como cantante. Aunque parece un sustantivo es otro tipo de palabra, un participio presente, o lo que quedó de los participios presentes del latín. Una palabra que señala a quien hace la acción: quien preside, quien canta. Justamente, no tiene género. ¿Vas a decir la cantanta?” Kolesnikov cuenta que hubo un momento de duda en la mesa, hasta que la escritora Claudia Piñeiro, con sabiduría de pez que conoce el agua, respondió: “¿Y sirvienta tampoco decís? ¿O presidenta no pero sirvienta sí?”

¿Cuáles son los participios de presente que han desarrollado una forma vulgar en -enta? Ojo, no hay que considerar femeninos de adjetivos en -ento, como lenta, suculenta, atenta, etc. ni parturienta, que sería el femenino de un "parturiento" que no existe por razones biológicas. Pongo los que se me ocurren:

Presidenta, asistenta, sirvienta, clienta, dependienta, regenta, parienta… ¿hay más?

El último es un caso aparte: "parienta" es una forma entre burlona y despectiva con la que un marido se puede referir a su mujer, pero los otros pertenecen a un campo semántico muy definido: son palabras de uso habitual en una mujer de clase alta, pero sin estudios —como era lo normal— en siglos pasados. Hablamos de una "señora bien" que tenía criadas (asistentas, sirvientas), que iba a las tiendas, en las que trataba con la dependienta y con otras clientas, a la que podían nombrar presidenta de tal o cual asociación benéfica, que tenía amistades "bien", como la regenta (la mujer del regente), etc. Y usaba estos "palabros" sin que sus inferiores se atrevieran a corregírselos, y que sus iguales varones con estudios le disculpaban cortés y paternalmente.

En suma, son vulgarismos que han cuajado en la lengua porque no los ha introducido un inclusivista conspiranoico, sino un grupo de "señoras bien", sin estudios —si hubieran estudiado habrían acuñado "estudianta", pero no ha sido el caso, y si, además de estudiar, hubieran aprovechado sus estudios, no habrían parido ninguno de esos palabros— con la influencia suficiente como para que sus iguales y sus inferiores los aceptaran sin rechistar, fuera por sumisión o por cortesía. ¿Y qué? No tiene nada de contradictorio aceptar “sirvienta” como un vulgarismo que ha medrado hasta hacerse un hueco en la lengua coloquial y pretender que, en un contexto más formal, se recupere la forma “presidente” para no usar un vulgarismo para referirse a una mujer que ocupa una posición eminente. Si yo fuera mujer y presidente de algo, me desagradaría que se refirieran a mí como "presidenta", que es una palabra tan basta como si mi marido me llamara "su parienta". Por supuesto, si se impone “presidenta”, bien impuesto estará, como parte de la evolución natural de la lengua. En España también está de moda ahora el verbo “petar”, y no sé si muchos de los que lo usan saben que viene de “pedo”. Es un ejemplo de vulgarismo que se ha “limpiado” porque la gente se ha olvidado de su origen humilde. Con “presidenta” puede pasar lo mismo (está pasando, de hecho), pero, hoy por hoy, abogar por “presidente” para ambos géneros no es descabellado y, desde luego, no tiene nada de machista. Sería machista pretender que una mujer fuera abogado, notario, médico, etc., pero no que sea presidente o juez. Usar criterios etimológicos no es ser machista. Y pretender que hay una conspiración patriarcal para invisibilizar a las jueces o a las presidentes, pero no a las magistradas o a las directoras es delirante.

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Anécdotas como esta nos recuerdan que la lengua es maleable y que apoyar o rechazar un uso disruptivo, que tiene por objeto reclamar derechos larga e injustamente negados, es una decisión política, no lingüística.

Ahí lo han clavado. En efecto, no hay razones lingüísticas para tales despropósitos. Sólo razones políticas y pseudocientíficas, luego repugnantes para cualquier mente sensata y equilibrada, como lo es el terraplanismo, el creacionismo, etc.

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Que si se busca un mundo más igualitario, la lengua no es una clave mágica para conseguirlo, pero tampoco se lo puede negar como espacio de disputa. Y que mientras las estadísticas de femicidios crecen y el sueldo promedio de las trabajadoras permanece por debajo del de ellos, conviene no indignarse si alguien mancilla un poquitito las blancas paredes del lenguaje.

¿Indignarse? Sobre eso también habría mucho que hablar. Si alguien ve a un memo decir “les niñes” y se indigna, debería ser consciente de que no es la reacción oportuna. El artículo habla varias veces de “disrupción”, en efecto, toda la presunta fundamentación científica de la jerigonza inclusiva es una mera fachada para lo que no es más que una provocación. Decir “les niñes” es como tirar pintura a la Gioconda para protestar por el cambio climático. Identifica al autor como un fanático mentecato. En el caso de la Gioconda es indignante, porque supone destrozar una obra de arte, mientras que un mentecato que dice “les niñes” no hace daño a nadie y no hay razón para que nadie se indigne por ello. Si tuviéramos que indignarnos cada vez que un mentecato dice “les niñes” o “la Tierra es plana” o “todos somos hijos de Adán y Eva (literalmente)” o “el agua cura el cáncer” o “el campo gravitatorio de una esfera hueca no es el que es”, etc., no ganaríamos para disgustos, y además, lo de “les niñes” no pretende más que eso: provocar, enfadar, pero no debería provocar más que risa.

Otra cosa es cuando no se trata meramente de que unos pirados hablen raro, sino cuando consiguen el respaldo político suficiente para imponer sus delirios a quienes no los comparten. Ahí sí que hay lugar para la indignación. Por ejemplo, hace ya muchos años, el departamento universitario al que yo pertenecía decidió dividirse en tres departamentos. Eso requería que cada uno de los nuevos departamentos redactara un reglamento interno que tenía que ser aprobado por el rectorado. Cuando vi el borrador del reglamento, leí en él cosas como “el director o directora”, etc. Y planteé quitar esa forma boba de hablar. Hace ya muchos años y no recuerdo si se quitó y luego se volvió a poner o si no se quitó, pero la razón para dejarlo así que nos dio el que estaba haciendo las gestiones es que la vicerrectora que debía aprobar el reglamento dijo que o se redactaba con todos los pleonasmos que requería el lenguaje inclusivo o que por sus ovarios que no se aprobaba el reglamento. No sé quién era la neofascista gilipollas que lo impuso (perdón por el pleonasmo no requerido por razones de inclusividad), pero así se tuvo que quedar, a pesar de que en mi departamento no había ni una sola voz partidaria de los pleonasmos. Eso sí que es indignante, porque no hablamos de mentecatos diciendo memeces, sino de neofascistas imponiendo memeces, que es distinto.